La romántica idea de que el amor está estrechamente
ligado a las relaciones sexuales, o sea, que el sexo sin amor es algo vano o
vacío, genera polémicas, y mil y una discusiones.
No se trata de un tema baladí, ya que es
tenido muy en cuenta por la mayor parte de las sociedades que permiten el
desarrollo de la sexualidad solo en el contexto de una unión formal monogámica:
el matrimonio.
Esta idea que, casi desde el inicio de la
civilización, tanto nuestro entorno cultural como la mayoría de los demás ha infundido
y promovido penalizando su incumplimiento, para muchas personas no sirve. Para éstas,
compartir toda una vida con el mismo individuo puede resultar cuando menos aburrido,
sino desmotivador y, a la larga, ahuyentador de su deseo sexual.
Desde luego, para practicar sexo no se
necesita sentir amor, ni siquiera se necesita a otra persona, sin embargo la
ciencia ha demostrado que existe una clara conexión cerebral entre el sexo y el
amor.
C. Sue Carter, neuroendocrinóloga
norteamerica, realizó en 1.990 una serie de estudios en ratones de pradera que de
manera característica mantienen relaciones sexuales monogámicas durante toda su
vida. La tesis que guio los estudios de la doctora Carter, que aparecen
publicados en 1992 (Carter CS. Oxytocin and sexual behavior, Neuroscience and Biobehavioral
Reviews. 1992. 16: 131–144), era
que este inhabitual comportamiento de tan singulares ratones estaba probablemente
relacionado con alguna característica especial de su metabolismo interno.
Reflexionando, consideró que muy bien podría estar relacionado con una hormona,
la oxitocina, por entonces ya bien conocida aunque insuficientemente estudiada.
A través de sus trabajos pudo determinar que bien
se podría considerar a la oxitocina como la hormona "del amor", al desempeñar
un papel fundamental en aspectos como la relación madre-hijo (calidez, apego y
comportamiento maternal), el enamoramiento y, por supuesto, en las relaciones
sexuales.
Años más tarde, en 1998, la Dra. Carter
descubrió que la dopamina y la oxitocina actúan de manera combinada durante las
relaciones sexuales. Descubrimiento que viene a significar que las sensaciones
de amor profundo y de unión que, por ejemplo, explican la actitud protectora de
la madre hacia sus hijos, intervienen del mismo modo en el placer y la
satisfacción sexual, de manera que el sentimiento de amor y la sensación del
placer sexual mantienen una relación mucho más estrecha de lo que con anterioridad
se suponía.